Cuando a Juan Wesley le preguntaron cuál era el propósito del movimiento metodista, él declaró: “Diseminar la santidad bíblica y transformar la nación”. Esta afirmación fue una premisa para los primeros próceres del metodismo. Resulta interesante que su “lema” no está puesto en la trasformación de la iglesia anglicana literalmente, como bien podía darse a entender producto de la crisis que esta vivía en la Inglaterra del siglo XVIII, sino más bien esto está asociado a la gran parroquia, la nación, el mundo. El gestor del movimiento metodista tenía claro que la misión no estaba dentro de los templos, sino que ésta existía en los márgenes, en las calles, cárceles, en medio de las prostitutas, los reos, los pobres, las mujeres, los esclavos y las injusticias de la revolución industrial. Es ahí donde el fundamento de la misión y el sentido de ésta no están en las formas, programas, estructuras, o en las modas religiosas de turno, sino más bien en las personas.
En el Sermón 52, Wesley define el propósito de la Iglesia declarando: “Este es el diseño original de la iglesia de Cristo. Es un cuerpo de personas unidas para, primero, salvar cada uno su propia alma; luego, ayudarse mutuamente para trabajar en su salvación; después, tanto como esté en sus posibilidades, salvar a todas las personas de su miseria presente y futura, para vencer el reino de Satanás y establecer el reino de Cristo. Este debe ser el interés continuo y la tarea de cada miembro de su iglesia. De lo contrario, no merece ser llamado miembro de ella, como tampoco es miembro viviente de Cristo”. (Obras de Wesley, Vol. III, p. 242)
“Salvar a todas las personas de su miseria presente y futura, para vencer el reino de Satanás y establecer el reino de Cristo”. El concepto evangélico tradicional de salvación plantea que esta está relacionada sólo con lo personal y la experiencia individual, pero esta afirmación destruye aquella definición. La salvación involucra “el rescate de la miseria presente”, esa que muchas veces no somos capaces de ver por estar mirando nuestros propios problemas como iglesia y no dimensionamos la “miseria de este mundo”. El llamado es abrir el horizonte y mirar más allá de los límites de los templos y lanzarnos a dimensionar el proyecto de Cristo, en la clave del reino de Dios. Si hay algo que Wesley tenía claro, y a los metodistas se nos olvida, es el hecho que Satanás también quiere reinar y establecer su reinado por medio de la injusticia, la violencia, el descrédito, la corrupción, la discriminación, etc. Lutero decía que existe una lucha entre el reino de Cristo, marcado por el evangelio y la misericordia, y el otro reino dominado por los intereses humanos y el egoísmo.
En nuestro país hay muchos que viven “la miseria presente”. El 2,3% de la población vive en la pobreza extrema y un 6,3% bajo la línea de la pobreza; Chile es uno de los países con mayor desigualdad económica de América Latina; se estima que somos el país más feliz de este lado del mundo, pero tenemos la más alta tasa de suicidios; se dispone de un sistema de pensiones que hace vivir a los adultos mayores en condiciones deplorables; un sistema de salud pública que colapsa con largas listas de espera; la educación tiene un alto costo económico y el 2018 se contaron 42 femicidios, y las cifras van en aumento.
Las estadísticas proporcionan que a nivel mundial el metodismo alcanza a ochenta millones de personas; en Chile 7.000 nos declaramos metodistas militantes; el mundo evangélico nacional en su mayoría tiene raíces metodistas o se identifica con la tradición wesleyana. Ante esto, más que preguntarnos como ganar nuevos adeptos, es desafiarnos a pensar qué estamos haciendo para hacer visible el mensaje del reino en nuestra sociedad, cuando declaramos que somos promotores de la teología de la santidad, pero de una santidad que se vive en lo privado pero también en lo público en estrecha relación con el prójimo. Pero, la transformación comienza, en el pensamiento metodista, en un corazón transformado. “Un nuevo sujeto fiel al proyecto de Dios” como decía J. Miguez Bonino.
El sociólogo alemán Max Weber fue uno de los pensadores más importantes a la hora de estudiar los distintos tipos de organizaciones religiosas en el cristianismo. Después de varios estudios y análisis él llegó a la conclusión de que existían dos formas básicas de organización eclesial, a las que denominó “iglesia” y “secta”.
Weber definirá a la iglesia como aquel tipo de comunidad que la conforma una especie de asociación, para el logro de unos fines sobre naturales, una institución donde caben los justos y pecadores, con una acción positiva “hacia el mundo”, siendo colaboradora con la sociedad civil, etc. Mientras que, una secta tiene relación a una asociación que fomenta una comunidad formada únicamente por los verdaderos fieles, los renacidos, y solamente para ellos.
En medio de las conmemoraciones y celebraciones de los 281 años de la Experiencia del Corazón Ardiente es necesario preguntarse: ¿Si la iglesia sólo existe para nosotros o tiene una dimensión que nos relaciona con los demás? En este caso, en lenguaje wesleyano, si consideramos el mundo como la gran parroquia.
El metodismo fue clasificado en sus orígenes como un grupo de “revolucionarios santificados” ¿Hoy que se diría de nosotros y nosotras”?.
Fraternalmente en Cristo.